miércoles, 22 de octubre de 2008

Elogio animal

A LOS ANIMALES DEBO, sin duda, algunos de mis afectos más importantes y tengo que reconocer, aún a riesgo de que esta confesión escandalice a más de uno, que, a medida que cumplo años, me veo incapaz de ver los maravillosos y ya clásicos documentales de La 2 sin ponerme a llorar como una bendita; mientras, por el contrario, los telediarios o las páginas de sucesos de los periódicos, hoy por hoy, apenas provocan en mí un brote de indignación ya cansino o una tristeza que diezma aún más mi probrecita fe con respecto a todos nosotros. No puedo remediarlo. Me surge de dentro, visceralmente.
Hoy, podemos leer en un periódico nacional la historia de “Ratcher”, una perra iraquí adoptada por una sargento norteamericana que tuvo que remover cielo y tierra para poder llevarla consigo a su país (hasta para esto la burocracia levanta muros casi insalvables). Así contada, la historia suena a anécdota feliz, pero, como sabemos ya, los americanos son exagerados para todo, y en este caso, no se hizo ninguna excepción. Las vicisitudes de la perra iraquí han tenido tal repercusión mediática que ha sido inevitable que muchas voces se alcen indignadas pidiendo el mismo trato para las víctimas que a diario se cobra esta guerra, mujeres y niños que también merecerían ocupar con sus nombres y sus rostros las primeras páginas de los diarios más importantes de esta nación empecinada en dominar el mundo. Pero el olvido es precisamente uno de los efectos más devastadores de la guerra a largo plazo. A estas alturas, si miramos para dentro, no nos costaría nada reconocer como propia esa hectárea de olvido de la que hablo.
Sin embargo, me resulta tan sospechoso que siempre que se habla del sufrimiento animal, y puedo asegurar que es bien poco (el caso de “Ratcher” llama la atención por excepcional), alguien salte raudo empuñando su indignación como pretexto, argumentando lo ya sabido... “hay cosas más importantes”. Es triste y preocupante que ese argumento esconda la misma tolerancia a la violencia de siempre.
Una nota: en una ciudad de México ha abierto sus puertas un hogar de acogida para animales maltratados (omito las historias escalofriantes de cada uno de ellos, porque, sin duda, herirían sus sensibilidades) de los que se encargan precisamente personas, muchas de ellas jóvenes, que también han sufrido abusos, maltratos y discriminación por ser deficientes. Unos y otros han recuperado una parcela de felicidad y entendimiento, mientras cicatrizan y esperan también algún día poder olvidar.


(Este texto lo publiqué en el periódico en el que trabajo hoy, 22 de octubre)

1 comentario:

Esther dijo...

Soy de la misma opinion que tú.
Me ha encantado tu blog. Enhorabuena por tu sensibilidad .
Seguiré también visitandote.
Un beso.