Ya hace dos años que el gato Plin no está conmigo. El 10 de julio de 2006 Mo dejaba de existir de forma visible tras no superar una segunda endoscopia realizada en una clínica veterinaria de Santa Cruz de Tenerife. La cámara reveló que tenía el estómago completamente perforado; los veterinarios no se explicaban como habia logrado sobrevivir las dos semanas anteriores. Pero el era asi, tozudo y cabezota. Estoy convencida de que se recupero solo para regresar a casa y estar conmigo y Ana el tiempo que le restara. La historia es un tanto larga. En apenas un mes sucedieron muchas cosas...
Una mañana de junio Mo comenzo a respirar con dificultad, abria la boca como buscando el aire y echaba espuma. Ana y yo lo cogimos rapidamente y no los llevamos a una clinica de urgencias que hay cerca de casa. Alli llego muy mal, casi muerto. Lo reanimaron, le pusieron oxigeno y lo dejaron ingresado a espera de que sobreviviera a esa noche. Regrese al dia siguiente sabiendo que aun estaba vivo, pues habia llamado a ultima hora de la noche y a primera de la mañana. Alli estaba, tirado en una jaula. Su aspecto era mas que lamentable. Se habia quedado ciego al parecer debido a la descompensacion tan grande que le habia provocado en su organismo la falta de oxigeno. La veterinaria me indico que aun no sabia lo que tenia el gato y que habria que dormirlo para hacerle las pruebas, aunque, tal y como estaba, ella no pensaba que sobreviviera a la anestesia. Inmediatamente le dije que me lo llevaba de alli. Llame a Teresa para que trajera el coche y me lo lleve, envuelto en una manta, a la consulta de Daniel, el veterinario que habia atendido a Sara, la perra de Ana.
Recuerdo que durante el trayecto, lo unico que pensaba es que aun estaba conmigo y que tenia que aguantar al menos hasta que llegara a verlo Daniel. De pronto estaba tan flaco, tan debil, tan ausente. Hasta ayer habia sido un gato grande, fuerte, robusto, hermoso. Yo sentia como el alma se me partia una y mil veces en pequeños trozos. Le susurraba palabras de tranquilidad... y llegamos.
Nada mas verlo, Daniel le puso una canula con suero, le extrajo sangre y le inyecto antibioticos. El fue el que me dijo que el gato estaba ciego por la subida de azucar que habia tenido y que no sabia si iba a recuperar la vista, aunque eso, desde luego, era lo menos importante. Lo deje ingresado sabiendo que estaba en buenas manos, que harian todo lo posible por dar con lo que tenia y asegurandome que podia ir a cualquier hora a verlo y pasar todo el tiempo que quisiera junto a el. Asi transcurrieron unos tres o cuatro dias, en los que el gato se fue poco a poco estabilizando gracias a los sueros y a la medicacion. Pero aun no comia, y un gato, en esas condiciones, no sobrevive mucho tiempo. Empezamos a intentar que comiera algo. Con los ayudantes no habia forma. Ciego y todo, cada vez que pasaban por delante de su jaula (al lado estaba acompañado de perros: un cachorro muy flaquito pero precisoso con una herida en la pata y sin dueño, otro grande que habia sido atropellado y lo trajeron unos obreros y otro muy viejito que dias mas tarde murio) les bufaba y se tiraba contra la jaula. Estaba asustado, por eso Daniel nos dijo que seria bueno que estuvieramos alli para todo, para darle de comer y hacerle las pruebas. Estabamos encantadas, por lo menos estabamos con el, y el sabia que no lo habiamos abandonado. En trece años, esa fue la primera y unica vez que el gato se separo de nosotras. Tras cinco días (mas o menos) el gato recupero la vista, los niveles de azucar bajaron, aunque seguia sin comer, que ahora era el mayor problema; tambien habia que hacerle una prueba que consistia en introducirle un tubo garganta abajo, ya que en la radiografia practicada se le apreciaba una mancha negra a la altura de la traquea que no se sabia que era. El caso es que el tubo no pudo pasar de dicha zona, habia algo que obstruia el paso, pero no era algo duro o solido. Decidieron remitirlo a otra clinica que disponia de un aparato para realizar endoscopias. La prueba revelo que una gran masa de pelos se habia estado acumulando en la traquea, tal vez desde hace mucho tiempo, hasta formar una gran bola que osbtruia el camino al estomago. Nos parecio asombroso, ya que el gato hasta el momento no habia tenido problemas para expulsar los pelos con regularidad y tampoco se habia quejado, o al menos nosotras no nos percatamos, comia muy bien y todo era normal. Se la quitaron sobre la marcha, aunque la cantidad de elementos putrefactos estancados en esa zona habia dañado los tejidos, que estabas necroticos. Habia que administrarle antibioticos para que la gran infeccion que tenia no fuera a mas. Sin embargo, nos sentimos aliviados, pues la sombra de la radiografia nos hacia pensar en algo mucho mas grave.
A los cinco dias nos lo llevamos a casa, puesto que Daniel entendia que el gato iba a estar mucho mas tranquilo y comeria mejor con nosotras que en la clinica, dado el estres al que estaba sometido.
Cuando entro nuevamente a casa fue como un milagro. Su aspecto era tan lamentable que no podiamos mas que reirnos. Estaba afeitado por zonas, despelujado y habia adelgazado mucho; era puro hueso, a duras penas se mantenía en pie, pero estaba en casa nuevamente. Recuerdo que me pase horas observándolo junto a mi en el sofa. Fueron días de atención continua. Ana le inyectaba el antibiótico dos veces al día, y le dábamos agua y comida por una jeringuilla, poquito a poco, pero continuamente. Luego, por la noche, yo me despertaba cada dos horas mas o menos para darle laminitas finas de pavo mojado para que pudiera tragarlas y así ademas estuviera hidratado. Costaba mucho que comiera sin que luego vomitara, pero aún así el gato se recuperaba por días. Habia ganado peso, hasta tal punto que el viernes que lo llevamos a Daniel nos dio el alta, pues aparentemente el gato estaba perfectamente. Ese fin de semana, Mo empezó a vomitar todo lo que comía, incluso antes de tragárselo, hasta que llegó un momento que ni quiso hacer pos comer. Yo supe que algo iba muy mal. Llame a Daniel y preparó para el lunes una nueva endoscopia.
El lunes lo pusimos en el trasnportin. De camino nos topamos con negrito mala sombra, como lo llama Ana (un gato negro que de vez en cuando está por la urbanización). Le administraron un sedante para realizarle la prueba y mientras le hacía efecto lo metieron en una jaula. Fue la única vez que el gato se rebotó, dormido y todo, y empezó a dar saltos. Plin sabía que de ahí no iba a pasar. De ese día guardo un arañazo en el hombro izquierdo que espero que nunca se borre. La siguiente vez que lo vi, estaba tendido en la camilla, muerto.
Llamamos a Cayetano para enterrarlo en su finca. Pasamos toda la tarde junto a su cuerpo. Lo enterramos junto a Sara en uno de los lugares más hermosos con los que alguien puede soñar. Por un lado el mar y por el otro la montaña. Un valle tranquilo. Sobre él plantamos un limonero.
Después llegó la extrañeza. La ausencia, la casa vacía, el recuerdo de sus gestos. Y otra vez la extrañeza, día tras día como una pena que no tiene cura...
Luego, más tarde, mucho más tarde, cuando ya habíamos llorado todo lo que quisimos y más, sentí por fin paz. Comenzó a visitarme en sueños y supe que se había convertido en lo que siempre fue, mi ángel de la guarda, uno más de mis custodios, junto a mi padre y a mi abuela, amantes también de los gatos.
Ahora, dos años después, me sigue asaltando la pena. Hay veces en que me coje desprevenida y sucumbo a ella. Entonces lloro tranquilamente, hasta que se me pasa. Sé que por mucho que escriba, lo fundamental soy incapaz de apalabrarlo. Esta página es un pequeño espacio donde conjurar su ausencia, donde recordarlo a él y a otros muchos animales que espero sigan iluminando mi vida.
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