jueves, 3 de julio de 2008

El perro cojo



Con una pata colgando,



despojo de una pedrada,



pasó el perro por mi lado,



un perro de pobre casta.



Uno de esos callejeros,



pobres de sangre y estampa.



Nacen en cualquier rincón,



de perras tristes y flacas,



destinados a comer



basuras de plaza en plaza.



Cuando pequeños, qué finos



y ágiles son en la infancia,



baloncitos de peluche,



tibios borlones de lana,



los miman, los acurrucan,



los sacan al sol, les cantan.



Cuando mayores, al tiempo



que ven que se fue la gracia,



los dejan a su ventura,



mendigos de casa en casa,



sus hambres por los rincones



y su sed sobre las charcas.



Qué tristes ojos que tienen,



qué recóndita mirada



como si en ella pusieran



su dolor a media asta.



Y se mueren de tristeza



a la sombra de una tapia,



si es que un lazo no les da



una muerte anticipada.



Yo le llamo: psss, psss, psss.



Todo orejas asustadas,



todo hociquito curioso,



toda sed, hambre y nostalgia,



el perro escucha mi voz,



olfatea mis palabras



como esperando o temiendo



pan, caricias... o pedradas,



no en vano lleva marcado



un mal recuerdo en su pata.



Lo vuelvo a llamar: psss, psss.



Dócil a medias avanza



moviendo el rabo con miedo



y las orejitas gachas.



Chascos los dedos; le digo:



"ven aquí, no te hago nada,



vamos, vamos, ven aquí".



Y adiós la desconfianza.



Que ya se tiende a mis pies,



a tiernos aullidos habla,



ladra para hablar más fuerte,



salta, gira; gira, salta;



llora, ríe; ríe, llora;



lengua, orejas, ojos, patas



y el rabo es un incansable



abanico de palabras.



Es su alegría tan grande



que más que hablarme, me canta.



"¿Qué piedra te dejó cojo?



Sí, sí, sí, malhaya".



El perro me entiende; sabe



que maldigo la pedrada,



aquella pedrada dura



que le destrozó la pata



y él, con el rabo, me dice



que me agradece la lástima.



!Pro tú no te preocupes,



ya no ha de faltarte nada.



Yo también soy callejero,



aunque de distintas plazas



y a patita coja y triste



voy de jornada en jornada.



Las piedras que me tiraron



me dejaron coja el alma.



Entre basuras de tierra



tengo mi pan y mi almohada.



Vamos, pues, perito mío,



vamos, anda que te anda,



con nuestra cojera a cuestas,



con nuestra tristeza en andas,



yo por mis calles oscuras,



tú por tus calles calladas,



tú la pedrada en el cuerpo,



yo la pedrada en el alma,



y cuando mueras, amigo,



yo te enterraré en mi casa



bajo un letrero: "aquí yace



un amigo de mi infancia".



Y en el cielo de los perros,



pan tierno y carne mechada,



te regalará San Roque



una muleta de plata.



Compañeros, si los hay,



amigo donde los haya,



mi perro y yo por la vida:



pan pobre, rica campaña.









Era joven y era viejo;



por más que yo lo cuidaba,



el tiempo malo pasado



lo dejó medio sin alma.



Y fueron muchas las hambres,



mucho peso en sus tres patas



y una mañana, en el huerto,



debajo de mi ventana,



lo encontre tendido, frío,



como una piedra mojada,



un duro musgo de pelo,



con el rocío brillaba.



Ya estaba mi pobre perro



muerto de las cuatro patas.



Hacia el cielo de los perros



se fue, anda que te anda,



las orejas de relente



y el hociquillo de escarcha.



Portero y dueño del cielo



San Roque en la puerta estaba:



ortopédico de mimos,



cirujano de palabras,



bien surtido de intercambios



con que curar viejas taras.



"Para ti... un rabo de oro:



para ti... un ojo de ámbar;



tú... tus orejas de nieve;



tú... tus colmillos de escarcha.



Y tú -mi perro reía-



tú... tu muleta de plata".



Ahora ya sé por qué está



la noche agujereada:



¿Estrellas... luceros...? No,



es mi perro cuando anda...



con la muleta va haciendo



agujeritos de plata.









(Del poeta granadino Manuel Benítez Carrasco)






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