martes, 26 de agosto de 2008
Maullidos
Estaba durmiendo, soñando... y en mi sueño sonaba el eco de un maullido cada vez más intenso que terminó por despertarme. Abrí los ojos y seguí escuchando el gemido de un gato, a veces apagado, tímido, y al rato más grave... Me asome a la ventana de mi dormitorio y mis ojos buscaron la sombra del felino, pero no pude distinguir nada. Me dirigí a la cocina. Me calenté un vaso de café y leche. Regresé a la cama y encendí un cigarro. Pensé que a lo mejor eras tú, gato Mo, que me avisabas de algo, como en una de esas historias que te cuentan o lees en la que tu "mascota" (realmente esta designación de parece horrorosa) regresa de no sé donde para salvar a su "dueño" (otro concepto desacertado) de un peligro inminente. Miré tu retrato al borde de mi cama. Te sonreí. Volvió el maullido, ahora sí, inconfundible, creciente, intenso, no de uno, sino de dos voces animales. Volví a abrir la ventana. Justo enfrente, uno de los gatos de la urbanización vigilaba a el que parecía ser un intruso gris con una franja blanca. Iniciaron un diálogo incansable que crecía incontrolado de tono. No sabía muy bien si se trataba de un cortejo o de una expulsión territorial que probablemente acabaría en pelea. Recordé las trifulcas de Calcetines y Rubistein en casa de Rosa, que siempre acababan con los dos enroscados en una bola irreconocible de pelos que iban dejando luego a su paso. (Para que luego digan que los gatos evitan las peleas. Estos eran dos peleítas que se la tienen jurada). El caso es que así estuvieron como hora y media. Entre asalto y asalto, me volvía a asomar y el gato de la urbanización mantenía acorralado al intruso, que por su posición debía de haber recibido ya una severa advertencia. Hasta que se cansaron y cada uno tomó su camino, agotados, derrotados los dos, amanecida ya la ciudad, con sus ruidos cotidianos. Intenté conciliar nuevamente el sueño, buscarte en mi duermevelas para contarte con detalles toda esta batalla felina.
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