lunes, 7 de julio de 2008

Dulce Sara




NUNCA HE SENTIDO la necesidad de justificar mis afectos, de explicarme a mí misma o a mis semejantes las causas que mi corazón atesora para entregar su amor (que siempre es uno). Tal vez, por esta misma lógica anárquica, rehúso ponderar el dolor, aplicar a mi pena una medida que le sirva de celda, de contención ficticia, como si fuera posible clasificar las ausencias por su estatura, por el número de sílabas que contiene su nombre, por el tiempo que se tarda en olvidar lo evidente, por las estaciones que han de pasar hasta que todo pasa... Nunca estuve muy segura de que Sara fuese un animal. He de confesar que siempre sospeché que tras esa mirada obstinadamente directa se escondía un ser con apariencia de perro y alma de otra cosa. No sé. A Sara no le faltaba hablar, como se suele decir, simplemente no lo necesitaba. Su canal de comunicación era perfecto, sin interferencias, sin malentendidos... Y las lecciones que impartió a cada uno de los que la conocimos y convivimos con ella fueron maestras... La recuerdo sin doblegarse nunca, libre, sin justificar tampoco su dedicación, su amor profundo, su devoción por Ana, por Carmen, por Cartucho... La vida está llena de elecciones sin fundamento y de golpes de suerte. Yo tuve el gigantesco favor de su ternura, abracé su miedo, habité su espacio, disfruté de su locura, lloré su pena... Ella hizo todo eso y más como quien no hace nada... Sencillamente. Ahora procuro digerir su muerte, que es la misma de todos, y sé que he de coincidir con ella en otra vida...


(Este escrito está dedicado a Sara, la perra de Ana, que murió un año antes que Plin, en el mes de septiembre)

jueves, 3 de julio de 2008

Beppo


El gato blanco y célibe se mira


en la lúcida luna del espejo


y no puede saber que esta blancura


y esos ojos de oro que no ha visto


nunca en la casa son su propia imagen.


¿Quién le dirá que el otro que lo observa


es apenas un sueño del espejo?


Me digo que esos gatos armoniosos


el de cristal y el de caliente sangre,


son simulacros que concede el tiempo


un arquetipo eterno. Así lo afirma,


sombra también, Plotino en las Ennéadas.


¿De qué Adán anterior al paraíso,


de que divinidad indescifrable


somos los hombres un espejo roto?




(José Luis Borges le dedicó este poema a su gato Beppo, al que, cuentan, siempre trató de usted. Beppo era un gato blanco, al parecer con bastante genio, llamado así en honor a un personaje de Lord Byron, quien también tuvo un gato con el mismo nombre)


El perro cojo



Con una pata colgando,



despojo de una pedrada,



pasó el perro por mi lado,



un perro de pobre casta.



Uno de esos callejeros,



pobres de sangre y estampa.



Nacen en cualquier rincón,



de perras tristes y flacas,



destinados a comer



basuras de plaza en plaza.



Cuando pequeños, qué finos



y ágiles son en la infancia,



baloncitos de peluche,



tibios borlones de lana,



los miman, los acurrucan,



los sacan al sol, les cantan.



Cuando mayores, al tiempo



que ven que se fue la gracia,



los dejan a su ventura,



mendigos de casa en casa,



sus hambres por los rincones



y su sed sobre las charcas.



Qué tristes ojos que tienen,



qué recóndita mirada



como si en ella pusieran



su dolor a media asta.



Y se mueren de tristeza



a la sombra de una tapia,



si es que un lazo no les da



una muerte anticipada.



Yo le llamo: psss, psss, psss.



Todo orejas asustadas,



todo hociquito curioso,



toda sed, hambre y nostalgia,



el perro escucha mi voz,



olfatea mis palabras



como esperando o temiendo



pan, caricias... o pedradas,



no en vano lleva marcado



un mal recuerdo en su pata.



Lo vuelvo a llamar: psss, psss.



Dócil a medias avanza



moviendo el rabo con miedo



y las orejitas gachas.



Chascos los dedos; le digo:



"ven aquí, no te hago nada,



vamos, vamos, ven aquí".



Y adiós la desconfianza.



Que ya se tiende a mis pies,



a tiernos aullidos habla,



ladra para hablar más fuerte,



salta, gira; gira, salta;



llora, ríe; ríe, llora;



lengua, orejas, ojos, patas



y el rabo es un incansable



abanico de palabras.



Es su alegría tan grande



que más que hablarme, me canta.



"¿Qué piedra te dejó cojo?



Sí, sí, sí, malhaya".



El perro me entiende; sabe



que maldigo la pedrada,



aquella pedrada dura



que le destrozó la pata



y él, con el rabo, me dice



que me agradece la lástima.



!Pro tú no te preocupes,



ya no ha de faltarte nada.



Yo también soy callejero,



aunque de distintas plazas



y a patita coja y triste



voy de jornada en jornada.



Las piedras que me tiraron



me dejaron coja el alma.



Entre basuras de tierra



tengo mi pan y mi almohada.



Vamos, pues, perito mío,



vamos, anda que te anda,



con nuestra cojera a cuestas,



con nuestra tristeza en andas,



yo por mis calles oscuras,



tú por tus calles calladas,



tú la pedrada en el cuerpo,



yo la pedrada en el alma,



y cuando mueras, amigo,



yo te enterraré en mi casa



bajo un letrero: "aquí yace



un amigo de mi infancia".



Y en el cielo de los perros,



pan tierno y carne mechada,



te regalará San Roque



una muleta de plata.



Compañeros, si los hay,



amigo donde los haya,



mi perro y yo por la vida:



pan pobre, rica campaña.









Era joven y era viejo;



por más que yo lo cuidaba,



el tiempo malo pasado



lo dejó medio sin alma.



Y fueron muchas las hambres,



mucho peso en sus tres patas



y una mañana, en el huerto,



debajo de mi ventana,



lo encontre tendido, frío,



como una piedra mojada,



un duro musgo de pelo,



con el rocío brillaba.



Ya estaba mi pobre perro



muerto de las cuatro patas.



Hacia el cielo de los perros



se fue, anda que te anda,



las orejas de relente



y el hociquillo de escarcha.



Portero y dueño del cielo



San Roque en la puerta estaba:



ortopédico de mimos,



cirujano de palabras,



bien surtido de intercambios



con que curar viejas taras.



"Para ti... un rabo de oro:



para ti... un ojo de ámbar;



tú... tus orejas de nieve;



tú... tus colmillos de escarcha.



Y tú -mi perro reía-



tú... tu muleta de plata".



Ahora ya sé por qué está



la noche agujereada:



¿Estrellas... luceros...? No,



es mi perro cuando anda...



con la muleta va haciendo



agujeritos de plata.









(Del poeta granadino Manuel Benítez Carrasco)








Esta es Princesa, una de los gatos de Rosa, madre de Negrita y de Rubito o Rubiestein. Es una cazadora nata. Independiente y mimosa cuando quiere. En ocasiones pasa días sin volver y en otras no se mueve del sofá. Rosa hace poco tiempo que descubrió a los gatos, que abrió la puerta y los dejó entrar en su vida. Ahora casi se han convertido en su obsesión, una obsesión que le enseña todos los días cosas nuevas.

Aniversario

Ya hace dos años que el gato Plin no está conmigo. El 10 de julio de 2006 Mo dejaba de existir de forma visible tras no superar una segunda endoscopia realizada en una clínica veterinaria de Santa Cruz de Tenerife. La cámara reveló que tenía el estómago completamente perforado; los veterinarios no se explicaban como habia logrado sobrevivir las dos semanas anteriores. Pero el era asi, tozudo y cabezota. Estoy convencida de que se recupero solo para regresar a casa y estar conmigo y Ana el tiempo que le restara. La historia es un tanto larga. En apenas un mes sucedieron muchas cosas...
Una mañana de junio Mo comenzo a respirar con dificultad, abria la boca como buscando el aire y echaba espuma. Ana y yo lo cogimos rapidamente y no los llevamos a una clinica de urgencias que hay cerca de casa. Alli llego muy mal, casi muerto. Lo reanimaron, le pusieron oxigeno y lo dejaron ingresado a espera de que sobreviviera a esa noche. Regrese al dia siguiente sabiendo que aun estaba vivo, pues habia llamado a ultima hora de la noche y a primera de la mañana. Alli estaba, tirado en una jaula. Su aspecto era mas que lamentable. Se habia quedado ciego al parecer debido a la descompensacion tan grande que le habia provocado en su organismo la falta de oxigeno. La veterinaria me indico que aun no sabia lo que tenia el gato y que habria que dormirlo para hacerle las pruebas, aunque, tal y como estaba, ella no pensaba que sobreviviera a la anestesia. Inmediatamente le dije que me lo llevaba de alli. Llame a Teresa para que trajera el coche y me lo lleve, envuelto en una manta, a la consulta de Daniel, el veterinario que habia atendido a Sara, la perra de Ana.
Recuerdo que durante el trayecto, lo unico que pensaba es que aun estaba conmigo y que tenia que aguantar al menos hasta que llegara a verlo Daniel. De pronto estaba tan flaco, tan debil, tan ausente. Hasta ayer habia sido un gato grande, fuerte, robusto, hermoso. Yo sentia como el alma se me partia una y mil veces en pequeños trozos. Le susurraba palabras de tranquilidad... y llegamos.
Nada mas verlo, Daniel le puso una canula con suero, le extrajo sangre y le inyecto antibioticos. El fue el que me dijo que el gato estaba ciego por la subida de azucar que habia tenido y que no sabia si iba a recuperar la vista, aunque eso, desde luego, era lo menos importante. Lo deje ingresado sabiendo que estaba en buenas manos, que harian todo lo posible por dar con lo que tenia y asegurandome que podia ir a cualquier hora a verlo y pasar todo el tiempo que quisiera junto a el. Asi transcurrieron unos tres o cuatro dias, en los que el gato se fue poco a poco estabilizando gracias a los sueros y a la medicacion. Pero aun no comia, y un gato, en esas condiciones, no sobrevive mucho tiempo. Empezamos a intentar que comiera algo. Con los ayudantes no habia forma. Ciego y todo, cada vez que pasaban por delante de su jaula (al lado estaba acompañado de perros: un cachorro muy flaquito pero precisoso con una herida en la pata y sin dueño, otro grande que habia sido atropellado y lo trajeron unos obreros y otro muy viejito que dias mas tarde murio) les bufaba y se tiraba contra la jaula. Estaba asustado, por eso Daniel nos dijo que seria bueno que estuvieramos alli para todo, para darle de comer y hacerle las pruebas. Estabamos encantadas, por lo menos estabamos con el, y el sabia que no lo habiamos abandonado. En trece años, esa fue la primera y unica vez que el gato se separo de nosotras. Tras cinco días (mas o menos) el gato recupero la vista, los niveles de azucar bajaron, aunque seguia sin comer, que ahora era el mayor problema; tambien habia que hacerle una prueba que consistia en introducirle un tubo garganta abajo, ya que en la radiografia practicada se le apreciaba una mancha negra a la altura de la traquea que no se sabia que era. El caso es que el tubo no pudo pasar de dicha zona, habia algo que obstruia el paso, pero no era algo duro o solido. Decidieron remitirlo a otra clinica que disponia de un aparato para realizar endoscopias. La prueba revelo que una gran masa de pelos se habia estado acumulando en la traquea, tal vez desde hace mucho tiempo, hasta formar una gran bola que osbtruia el camino al estomago. Nos parecio asombroso, ya que el gato hasta el momento no habia tenido problemas para expulsar los pelos con regularidad y tampoco se habia quejado, o al menos nosotras no nos percatamos, comia muy bien y todo era normal. Se la quitaron sobre la marcha, aunque la cantidad de elementos putrefactos estancados en esa zona habia dañado los tejidos, que estabas necroticos. Habia que administrarle antibioticos para que la gran infeccion que tenia no fuera a mas. Sin embargo, nos sentimos aliviados, pues la sombra de la radiografia nos hacia pensar en algo mucho mas grave.
A los cinco dias nos lo llevamos a casa, puesto que Daniel entendia que el gato iba a estar mucho mas tranquilo y comeria mejor con nosotras que en la clinica, dado el estres al que estaba sometido.
Cuando entro nuevamente a casa fue como un milagro. Su aspecto era tan lamentable que no podiamos mas que reirnos. Estaba afeitado por zonas, despelujado y habia adelgazado mucho; era puro hueso, a duras penas se mantenía en pie, pero estaba en casa nuevamente. Recuerdo que me pase horas observándolo junto a mi en el sofa. Fueron días de atención continua. Ana le inyectaba el antibiótico dos veces al día, y le dábamos agua y comida por una jeringuilla, poquito a poco, pero continuamente. Luego, por la noche, yo me despertaba cada dos horas mas o menos para darle laminitas finas de pavo mojado para que pudiera tragarlas y así ademas estuviera hidratado. Costaba mucho que comiera sin que luego vomitara, pero aún así el gato se recuperaba por días. Habia ganado peso, hasta tal punto que el viernes que lo llevamos a Daniel nos dio el alta, pues aparentemente el gato estaba perfectamente. Ese fin de semana, Mo empezó a vomitar todo lo que comía, incluso antes de tragárselo, hasta que llegó un momento que ni quiso hacer pos comer. Yo supe que algo iba muy mal. Llame a Daniel y preparó para el lunes una nueva endoscopia.
El lunes lo pusimos en el trasnportin. De camino nos topamos con negrito mala sombra, como lo llama Ana (un gato negro que de vez en cuando está por la urbanización). Le administraron un sedante para realizarle la prueba y mientras le hacía efecto lo metieron en una jaula. Fue la única vez que el gato se rebotó, dormido y todo, y empezó a dar saltos. Plin sabía que de ahí no iba a pasar. De ese día guardo un arañazo en el hombro izquierdo que espero que nunca se borre. La siguiente vez que lo vi, estaba tendido en la camilla, muerto.
Llamamos a Cayetano para enterrarlo en su finca. Pasamos toda la tarde junto a su cuerpo. Lo enterramos junto a Sara en uno de los lugares más hermosos con los que alguien puede soñar. Por un lado el mar y por el otro la montaña. Un valle tranquilo. Sobre él plantamos un limonero.
Después llegó la extrañeza. La ausencia, la casa vacía, el recuerdo de sus gestos. Y otra vez la extrañeza, día tras día como una pena que no tiene cura...
Luego, más tarde, mucho más tarde, cuando ya habíamos llorado todo lo que quisimos y más, sentí por fin paz. Comenzó a visitarme en sueños y supe que se había convertido en lo que siempre fue, mi ángel de la guarda, uno más de mis custodios, junto a mi padre y a mi abuela, amantes también de los gatos.
Ahora, dos años después, me sigue asaltando la pena. Hay veces en que me coje desprevenida y sucumbo a ella. Entonces lloro tranquilamente, hasta que se me pasa. Sé que por mucho que escriba, lo fundamental soy incapaz de apalabrarlo. Esta página es un pequeño espacio donde conjurar su ausencia, donde recordarlo a él y a otros muchos animales que espero sigan iluminando mi vida.