jueves, 11 de diciembre de 2008

Nana para un rey, Pasion Vega

Me pareció ver tu rastro en otro gato.
Hermoso animal de mirada oceánica.
Trasto glotón,
cachorro tierno.
Me pareció reconocer tu aliento
en su aliento dormido
sobre mis piernas un rato.
Y lo acaricié ávida
por volver a sentir
tu ronroneo, tu redonda
barbilla entregada a la caricia.
Se llama Orso, no Mo
pero algo de ti
reconoció mi alma.

martes, 9 de diciembre de 2008

Los peces se juntan para morirse (Gloria Fuertes)




Los hombres se ocultan para matarse.

Los peces se juntan para morirse.

martes, 4 de noviembre de 2008

Mariposas y sapos

Cuando regresé del sur me esperaba otro sur distinto.
En mi estómago sentía volar las mariposas. Mis ojos se iluminaron con un brillo extraño y nuevo semejante a un serena tempestad. Anduve sola. No había huellas que seguir, sólo un paisaje imaginario qaue no me dolió pintar. Lleno de curvas, humedades, lleno de jeroglíficos tatuados en la piel.
Semanas después, ignoro porque extraña metamorfosis, las mariposas se transmutaron en sapos. Los oigo cantar noche y día. Y como es tiempo de lluvias y tristezas, sus letanías me van calando los huesos, llenando mis estanques de abrazos que no tuve, de tu sueño tan breve, de la incertidumbre de no haberte amado nunca.
Y es inevitable que la gente me mire. Que a mi paso los ojos ausentes de la gente recalen en ni paso. A veces no puedo remediarlo. Me giro y sonrió: "No son gases caballero, son los sapos que anuncian lluvias, soledades, tangos".
Qué he de hacer para aliviarlos. Intento disculparme. Explicarles que la naturaleza humana es así de miserable, chaquetera, ridícula.
Bebo agua para que naden a gusto.
Mis sapos cancioneros.
Hermosos.
Cautivos.

Claudicar y muriendo (Angeles Mora)

A rastras se te acerca
y te lame las piernas,
perro fiel, con sus ojos de agua,
y te tiende las manos,
y te pide socorro.

Y tú le miras
como un sol que se cae
sin poder detenerse,
y le tiñes de rojo,
y el pecho le traspasas
con tus ojas de cobre.

A rastras se te acerca,
asomado a una lágrima,
y una luz criminal
le muerde en el silencio.

Malherido,
dando vueltas,
aullando se estremece.

Tú, miserables,le acaricias,
mientras tu corazón está muy lejos.

(De Pensando que el camino iba derecho)

viernes, 31 de octubre de 2008

La abuela Francisca

LA ABUELA FRANCISCA era una mujer ancha que los domingos por la mañana pelaba papas y cebollas con la misma rapidez y devoción con la que las demás mujeres del pueblo acudían a misa a confesarse para echarle luego un rosario a la Virgen.
Su manto de pelo blanco contenido en un moño de horquillas negras y sus arrugas tan intensas, como labradas con tiempo detenido, estampaban en el patio de una casa que mi memoria guarda junto a las cosas sencillas una presencia que lograba trascender a todo.
"La mujer que no sabe cocinar, como la que no sabe llorar, malo –sentenciaba huraña mientras masticaba un trozo de papa cruda y espantaba de un manotazo al aire a los dos o tres gatos que se le colaban bajo las faldas tan pronto se las remangaba un poco–. La que no sabe cocinar porque no sabrá nunca cómo alimentar a sus hijos sin que le crezcan feos y perrunos, y la que no sabe llorar, porque de pura agua estancada sus entrañas se irán ennegreciendo como las paredes de una casa demasiado húmeda y en la que no entra nunca el sol".
Y porque tenía la abuela el mismo tono rancio de los demás mayores cuando parecían hablar de cosas serias y solemnes, pero eran a la vez sus ojos tan de broma, nunca supe bien qué hacer si echarme a reír bajo sus faldas y aguardar a que me desalojara como a un gato más de su gran camada, o romper a llorar desconsoladamente y de puro desconcierto. Y más bien hacía las dos cosas. Lloraba como quien reía broma y reía como quien estuviera lamentando algo.
Ahora que no está, como quien dice, entre los vivos, la abuela Francisca entra cada cierto tiempo y sin necesidad de permiso en mis sueños. Y sonríe, sin duda más de lo normal. Como si no estuviera ni sola ni muerta ni tan siquiera ausente. Me dice cosas que más tarde no logro recordar, pero que, sé, me sientan bien.
A veces se lo comento a mi madre, que me mira entre desconsolada y satisfecha, mientras habla y habla de sus cortos años de infancia desde sus ojos grises como el cielo gris.

martes, 28 de octubre de 2008

Gato MO, todo era más fácil cuando tú estabas.
Regresaba a casa buscando tu voz,
el hueco de tu cuerpo,
tu invitación a la confidencia,
tu rotunda compañía.
Creo que nunca me sentí más entendida como cuando tú elegías mirarme.
Ahora, tu recuerdo se escapa.
Yo lo mantengo caliente. Le doy el calor de mis besos.
Y recuerdo tu infancia loca,
de risas desatadas,
de azoteas ajenas,
de acechanzas y rincones prohibidos.
Recuerdo tu elección.
Tu vocación.
Tu amor inmenso.


Me siento huérfana.
Ojala estuvieras aquí,
pero no estas.
En cambio,
guardo todo lo que tú me enseñaste.
Mi compañero, mi igual, mi custodio.
Ya no te lloro.
Salvo cuando me puede la nostalgía.
Ya sabes, un buen día me volví de lágrima fácil.
Sé que me perdonaste todo,
tu amor era extenso
libre
sabio.
Si pudiera aprender lo que tú siempre supiste.
Felino.
Animal.
Alma sola.

miércoles, 22 de octubre de 2008

Elogio animal

A LOS ANIMALES DEBO, sin duda, algunos de mis afectos más importantes y tengo que reconocer, aún a riesgo de que esta confesión escandalice a más de uno, que, a medida que cumplo años, me veo incapaz de ver los maravillosos y ya clásicos documentales de La 2 sin ponerme a llorar como una bendita; mientras, por el contrario, los telediarios o las páginas de sucesos de los periódicos, hoy por hoy, apenas provocan en mí un brote de indignación ya cansino o una tristeza que diezma aún más mi probrecita fe con respecto a todos nosotros. No puedo remediarlo. Me surge de dentro, visceralmente.
Hoy, podemos leer en un periódico nacional la historia de “Ratcher”, una perra iraquí adoptada por una sargento norteamericana que tuvo que remover cielo y tierra para poder llevarla consigo a su país (hasta para esto la burocracia levanta muros casi insalvables). Así contada, la historia suena a anécdota feliz, pero, como sabemos ya, los americanos son exagerados para todo, y en este caso, no se hizo ninguna excepción. Las vicisitudes de la perra iraquí han tenido tal repercusión mediática que ha sido inevitable que muchas voces se alcen indignadas pidiendo el mismo trato para las víctimas que a diario se cobra esta guerra, mujeres y niños que también merecerían ocupar con sus nombres y sus rostros las primeras páginas de los diarios más importantes de esta nación empecinada en dominar el mundo. Pero el olvido es precisamente uno de los efectos más devastadores de la guerra a largo plazo. A estas alturas, si miramos para dentro, no nos costaría nada reconocer como propia esa hectárea de olvido de la que hablo.
Sin embargo, me resulta tan sospechoso que siempre que se habla del sufrimiento animal, y puedo asegurar que es bien poco (el caso de “Ratcher” llama la atención por excepcional), alguien salte raudo empuñando su indignación como pretexto, argumentando lo ya sabido... “hay cosas más importantes”. Es triste y preocupante que ese argumento esconda la misma tolerancia a la violencia de siempre.
Una nota: en una ciudad de México ha abierto sus puertas un hogar de acogida para animales maltratados (omito las historias escalofriantes de cada uno de ellos, porque, sin duda, herirían sus sensibilidades) de los que se encargan precisamente personas, muchas de ellas jóvenes, que también han sufrido abusos, maltratos y discriminación por ser deficientes. Unos y otros han recuperado una parcela de felicidad y entendimiento, mientras cicatrizan y esperan también algún día poder olvidar.


(Este texto lo publiqué en el periódico en el que trabajo hoy, 22 de octubre)

miércoles, 15 de octubre de 2008

Mi sol



Realmente tu eres el sol de mi memoria. Las fuerza de mi músculo. La sombra importante del animal que soy.
Gracias por no irte.

miércoles, 1 de octubre de 2008

La madre gata alimenta a su hijo gato

Lo mira, baja la cabeza,
seguramente hablándole a su modo.
Entonces,
poco a poco
llega él hasta el pecho enriquecido:
se pega, traga, estira, se atraganta
y ella? En paz.
La madre gata no lo esquiva,
ni fija tiempo, condición:
no hay lucha.
La madre gata no tiene senos que cuidarle a la lujuria
hurtçandole a su hijo el alimento
y el hijo gato, claro
no defiende, goloso, su derecho.
Y asçi estarçan el tiempo que çel decida
hasta que elija su camino:
estrenando un tejado,
en juego distanciado con la luna,
en su grito de guerra interminable
o el día del pez llevado hasta la espina.



(Desconozco el autor/a de este poema, pero sé que es hispanoamericana. Sólo conservo una hoja suelta)

Amor entre perros y gatos

Gatos de Nerja



Llego de Nerja. Un pueblo azul, blanco, de olor a jazmín, de sonidos gatunos. Un pueblo de rincones para callejear. Allí tengo muchos amigos felinos. En primer lugar esta Blanquita y Negrita, dos gatas que conviven con una pareja inglesa en una urbanización llena de jardines y casitas de dos plantas que se asemeja a un pequeño y particular pueblo donde gatos y personas conviven en total armonía.
Blanquita y negrita son las primeras en acudir a nuestra encuentro cuando llegamos, y desde ese mismo momento habitan nuestro jardín y esperan la hora en que nos levantamos. Son muy diferentes. Negrita es salvaje, celosa, solitaria y juguetona. Blanquita es dócil, tranquila, cómica y muy fisgona. También le gusta jugar y nunca pide comida.
También está Casanova, un siamés castrato que baja desde su casa para encontrarse con nosotras. Es cariñoso, suyo y un poco enemigo de Blanquita y Negrita.
Luego está Gemma, una cachorro de nueve meses que se pitorrea de su dueña alemana y nos persigue a todos sitios. Es incombustible. Le toma el pelo a Casanoba y no le tiene nigún miedo a Negrita.
Continuamos con Franki, el gato dcel viejo zapatero, un personaje realmente especial y encantador, que también es vecino de Casanova. Es biscorniado, muy grande (parece un perro)y muy cariñoso también.
Creo que todos ellos son amigos nuestros porque, entre otras cosas nos reconocen y también, y sobre todo, porque jugamos como ellos.
De camino al pueblo llega Paquito, una especie de persa que sale a la calle de noche y se acomoda en una esquina. Cariñoso, cantador, y muy bueno con las personas, dicen que es el temor del resto de los gatos de la zona, y le gustan los perros.
Rufino se pasa el día en una tienda de piedras, fosiles y colgantes que regenta una chica canaria que lleva unos quince años en Nerja. Nos cuenta que acaba de perder a varios amigos en el accidente de Spanair y sé que evita mirarnos para no llorar.

Como vez Gato Mo, cultivo esta gran familia que me acerca a ti y que sin embargo me reafirma que todos los que somos animales somos también distintos y especiales.
No dejo de imaginar lo feliz que hubieras sido en un lugar como Nerja.
Ya estoy aquí.
Recordándote con amor.

martes, 2 de septiembre de 2008

Gato Mo te veo a la vuelta de Málaga, aunque tú siempre vas conmigo.

jueves, 28 de agosto de 2008

Canelo

Varias horas antes de que el ex vicepresidente de los Estados Unidos expusiera sus "verdades incómodas" en el Auditorio de Tenerife ante un nutrido grupo de políticos y empresarios, y apelara a nuestra "responsabilidad moral" para frenar el cambio climático, Canelo abandonaba este mundo, "el único lugar que tenemos para vivir", en palabras de Al Gore. Asimismo, unas horas antes de que el viejo Canelo se citara con su muerte había salido a la calle con su galope corto a olisquear como siempre esquinas y perritas en celo, ignorante (gracias a Dios) del calentamiento global del planeta y de nuestra mala conciencia por ser los únicos responsables de no tener futuro. Esta misma noche Canelo andaba ya asfixiado. Su problema es que tenía un corazón demasiado grande, prácticamente no le cabía en el pecho, y el era pequeño, muy pequeño... Así es que, poco a poco, dejó de respirar ante la mirada de su querida Sofía, que permaneció con él hasta que tuvo que irse a trabajar. Y casi a la misma hora en que Al Gore abría una ventana a la esperanza a sus angustiados espectadores tras describirles las catastróficas consecuencias del deshielo de la Antártida yo me enteraba por sms de la muerte de Canelo, de nuestro querido Canelo, y abríamos los ojos para dejar escapar las primeras lágrimas. Más tarde, mientras el ilustre conferenciante almorzaba en Pueblo Chico con Ricardo Melchior y se asombraba de la "intelectualidad" de Marisa Tejedor mientras degustaba platos elaborados con productos de la tierra, yo me asombraba del frñio de la muerte en un día tan caluroso y velaba el cuerpo de Canelo en su casa, junto a Sofía, la mujer que había elegido como dueña. Permanecía ahí quieto, en calma, como escuchando todos los disparates que sobre él decíamos. Por la tarde enterraron a Canelo, en esta misma tierra que al parecer agoniza. A esa hora yo estaba trabajando, por eso me despedí antes. Y mientras su dueña y varios de sus amigos brindaban por él entre lágrimas y pensamientos silenciados, yo no podía dejar de pensar en lo egoísta que soy: hoy no me duele el mundo, sino tu ausencia.


(Este texto lo escribí y publique el 28 de junio de 2007, creo que un día después de la muerte de Canelo)

miércoles, 27 de agosto de 2008




Esto va por ti, gato mo. Un homenaje particular a ti y a mí. Fíjate que gran casualidad, buscaba un vídeo de Nina Simone, porque a tí te gustaba, indudablemente, la música negra, y Nina, Nina es maravillosa (como diría Anita Shane ¿recuerdas? Te subiste a su hombro sabiendo que era alérgica a los gatos. Eras un gran cabrón. Adorable hijo de ..., pero ella se ríe al recordarlo, lo hiciste con cariño) y fíjate, sólo para tí. Tq.

martes, 26 de agosto de 2008

Maullidos

Estaba durmiendo, soñando... y en mi sueño sonaba el eco de un maullido cada vez más intenso que terminó por despertarme. Abrí los ojos y seguí escuchando el gemido de un gato, a veces apagado, tímido, y al rato más grave... Me asome a la ventana de mi dormitorio y mis ojos buscaron la sombra del felino, pero no pude distinguir nada. Me dirigí a la cocina. Me calenté un vaso de café y leche. Regresé a la cama y encendí un cigarro. Pensé que a lo mejor eras tú, gato Mo, que me avisabas de algo, como en una de esas historias que te cuentan o lees en la que tu "mascota" (realmente esta designación de parece horrorosa) regresa de no sé donde para salvar a su "dueño" (otro concepto desacertado) de un peligro inminente. Miré tu retrato al borde de mi cama. Te sonreí. Volvió el maullido, ahora sí, inconfundible, creciente, intenso, no de uno, sino de dos voces animales. Volví a abrir la ventana. Justo enfrente, uno de los gatos de la urbanización vigilaba a el que parecía ser un intruso gris con una franja blanca. Iniciaron un diálogo incansable que crecía incontrolado de tono. No sabía muy bien si se trataba de un cortejo o de una expulsión territorial que probablemente acabaría en pelea. Recordé las trifulcas de Calcetines y Rubistein en casa de Rosa, que siempre acababan con los dos enroscados en una bola irreconocible de pelos que iban dejando luego a su paso. (Para que luego digan que los gatos evitan las peleas. Estos eran dos peleítas que se la tienen jurada). El caso es que así estuvieron como hora y media. Entre asalto y asalto, me volvía a asomar y el gato de la urbanización mantenía acorralado al intruso, que por su posición debía de haber recibido ya una severa advertencia. Hasta que se cansaron y cada uno tomó su camino, agotados, derrotados los dos, amanecida ya la ciudad, con sus ruidos cotidianos. Intenté conciliar nuevamente el sueño, buscarte en mi duermevelas para contarte con detalles toda esta batalla felina.

martes, 5 de agosto de 2008

Recordatorio





El 10 de julio ya pasó. Evité escribirte. Citar tu muerte.

El 10 de julio entraste en mi pasado, como dice el tango. Aunque esto no sea del todo cierto.

Prueba de tu presente en mi presende es este blog un tanto extraño donde voy dejando rastros certeros de ti y de otros animales. A algunos los conocistes, a otros los ignoras. Algunos son reales, y otros forman parte del imaginario de aquellos que necesitaron inventar su propio bestiario.

Sabes, gato Mo. Mi querido Plin. Hay historias increíbles y afectos inquebrantables que me acercan aún más a ti. A través de ellas descubro un universo común en el que animales y personas han estado siempre cuidando los unos de los otros.

No sé. Me siento en muchas ocasiones huérfana, desamparada, perdida. Presiento que todo el afecto que tenía para ti lo estoy almacenando en algún lugar de mi alma y me está devolviendo al autismo afectivo de antes de conocerte. ¿Recuerdas?

Intento evitarlo. Puede ser que en mi camino vuelta a tropezarse otro animal. Otros ángel custodio. Otro compañero de vida. Mientras tanto procuro desterrar este sentimiento de soledad absurda y difícilmente explicable. Es una soledad nueva. Sin ti. Sin tu mirada o tu silencio, o tu presencia constante. Sin tu ternura y tu juego. Sin mi risa.

También está Ana. Que te llora -lo sé-. Te citamos constantemente, como un par de viejas locas que aprovechan cualquier pretexto para recordar los viejos y buenos tiempos en que tu iluminabas las estancias de la casa y de nuestras vidas. En fin. Así somos los humanos, o al menos yo, con una terrible inclinación a la tragedia y al absurdo. Pero, no olvides, detrás de esta cáscara que no sirve para nada, estoy yo.

Gato en la calle (F. Pessoa)

Gato en la calle jugando
como si fuese en la cama,
tu suerte estoy envidiando
porque ni suerte se llama.

Siervo de leyes fatales
que rigen piedras y gentes,
con instintos generales
sientes sólo lo que sientes.

Feliz porque eres así,
tu nada se te entregó.
Yo, viéndome, estoy sin mí,
me conozco, y no soy yo.

lunes, 7 de julio de 2008

Dulce Sara




NUNCA HE SENTIDO la necesidad de justificar mis afectos, de explicarme a mí misma o a mis semejantes las causas que mi corazón atesora para entregar su amor (que siempre es uno). Tal vez, por esta misma lógica anárquica, rehúso ponderar el dolor, aplicar a mi pena una medida que le sirva de celda, de contención ficticia, como si fuera posible clasificar las ausencias por su estatura, por el número de sílabas que contiene su nombre, por el tiempo que se tarda en olvidar lo evidente, por las estaciones que han de pasar hasta que todo pasa... Nunca estuve muy segura de que Sara fuese un animal. He de confesar que siempre sospeché que tras esa mirada obstinadamente directa se escondía un ser con apariencia de perro y alma de otra cosa. No sé. A Sara no le faltaba hablar, como se suele decir, simplemente no lo necesitaba. Su canal de comunicación era perfecto, sin interferencias, sin malentendidos... Y las lecciones que impartió a cada uno de los que la conocimos y convivimos con ella fueron maestras... La recuerdo sin doblegarse nunca, libre, sin justificar tampoco su dedicación, su amor profundo, su devoción por Ana, por Carmen, por Cartucho... La vida está llena de elecciones sin fundamento y de golpes de suerte. Yo tuve el gigantesco favor de su ternura, abracé su miedo, habité su espacio, disfruté de su locura, lloré su pena... Ella hizo todo eso y más como quien no hace nada... Sencillamente. Ahora procuro digerir su muerte, que es la misma de todos, y sé que he de coincidir con ella en otra vida...


(Este escrito está dedicado a Sara, la perra de Ana, que murió un año antes que Plin, en el mes de septiembre)

jueves, 3 de julio de 2008

Beppo


El gato blanco y célibe se mira


en la lúcida luna del espejo


y no puede saber que esta blancura


y esos ojos de oro que no ha visto


nunca en la casa son su propia imagen.


¿Quién le dirá que el otro que lo observa


es apenas un sueño del espejo?


Me digo que esos gatos armoniosos


el de cristal y el de caliente sangre,


son simulacros que concede el tiempo


un arquetipo eterno. Así lo afirma,


sombra también, Plotino en las Ennéadas.


¿De qué Adán anterior al paraíso,


de que divinidad indescifrable


somos los hombres un espejo roto?




(José Luis Borges le dedicó este poema a su gato Beppo, al que, cuentan, siempre trató de usted. Beppo era un gato blanco, al parecer con bastante genio, llamado así en honor a un personaje de Lord Byron, quien también tuvo un gato con el mismo nombre)


El perro cojo



Con una pata colgando,



despojo de una pedrada,



pasó el perro por mi lado,



un perro de pobre casta.



Uno de esos callejeros,



pobres de sangre y estampa.



Nacen en cualquier rincón,



de perras tristes y flacas,



destinados a comer



basuras de plaza en plaza.



Cuando pequeños, qué finos



y ágiles son en la infancia,



baloncitos de peluche,



tibios borlones de lana,



los miman, los acurrucan,



los sacan al sol, les cantan.



Cuando mayores, al tiempo



que ven que se fue la gracia,



los dejan a su ventura,



mendigos de casa en casa,



sus hambres por los rincones



y su sed sobre las charcas.



Qué tristes ojos que tienen,



qué recóndita mirada



como si en ella pusieran



su dolor a media asta.



Y se mueren de tristeza



a la sombra de una tapia,



si es que un lazo no les da



una muerte anticipada.



Yo le llamo: psss, psss, psss.



Todo orejas asustadas,



todo hociquito curioso,



toda sed, hambre y nostalgia,



el perro escucha mi voz,



olfatea mis palabras



como esperando o temiendo



pan, caricias... o pedradas,



no en vano lleva marcado



un mal recuerdo en su pata.



Lo vuelvo a llamar: psss, psss.



Dócil a medias avanza



moviendo el rabo con miedo



y las orejitas gachas.



Chascos los dedos; le digo:



"ven aquí, no te hago nada,



vamos, vamos, ven aquí".



Y adiós la desconfianza.



Que ya se tiende a mis pies,



a tiernos aullidos habla,



ladra para hablar más fuerte,



salta, gira; gira, salta;



llora, ríe; ríe, llora;



lengua, orejas, ojos, patas



y el rabo es un incansable



abanico de palabras.



Es su alegría tan grande



que más que hablarme, me canta.



"¿Qué piedra te dejó cojo?



Sí, sí, sí, malhaya".



El perro me entiende; sabe



que maldigo la pedrada,



aquella pedrada dura



que le destrozó la pata



y él, con el rabo, me dice



que me agradece la lástima.



!Pro tú no te preocupes,



ya no ha de faltarte nada.



Yo también soy callejero,



aunque de distintas plazas



y a patita coja y triste



voy de jornada en jornada.



Las piedras que me tiraron



me dejaron coja el alma.



Entre basuras de tierra



tengo mi pan y mi almohada.



Vamos, pues, perito mío,



vamos, anda que te anda,



con nuestra cojera a cuestas,



con nuestra tristeza en andas,



yo por mis calles oscuras,



tú por tus calles calladas,



tú la pedrada en el cuerpo,



yo la pedrada en el alma,



y cuando mueras, amigo,



yo te enterraré en mi casa



bajo un letrero: "aquí yace



un amigo de mi infancia".



Y en el cielo de los perros,



pan tierno y carne mechada,



te regalará San Roque



una muleta de plata.



Compañeros, si los hay,



amigo donde los haya,



mi perro y yo por la vida:



pan pobre, rica campaña.









Era joven y era viejo;



por más que yo lo cuidaba,



el tiempo malo pasado



lo dejó medio sin alma.



Y fueron muchas las hambres,



mucho peso en sus tres patas



y una mañana, en el huerto,



debajo de mi ventana,



lo encontre tendido, frío,



como una piedra mojada,



un duro musgo de pelo,



con el rocío brillaba.



Ya estaba mi pobre perro



muerto de las cuatro patas.



Hacia el cielo de los perros



se fue, anda que te anda,



las orejas de relente



y el hociquillo de escarcha.



Portero y dueño del cielo



San Roque en la puerta estaba:



ortopédico de mimos,



cirujano de palabras,



bien surtido de intercambios



con que curar viejas taras.



"Para ti... un rabo de oro:



para ti... un ojo de ámbar;



tú... tus orejas de nieve;



tú... tus colmillos de escarcha.



Y tú -mi perro reía-



tú... tu muleta de plata".



Ahora ya sé por qué está



la noche agujereada:



¿Estrellas... luceros...? No,



es mi perro cuando anda...



con la muleta va haciendo



agujeritos de plata.









(Del poeta granadino Manuel Benítez Carrasco)








Esta es Princesa, una de los gatos de Rosa, madre de Negrita y de Rubito o Rubiestein. Es una cazadora nata. Independiente y mimosa cuando quiere. En ocasiones pasa días sin volver y en otras no se mueve del sofá. Rosa hace poco tiempo que descubrió a los gatos, que abrió la puerta y los dejó entrar en su vida. Ahora casi se han convertido en su obsesión, una obsesión que le enseña todos los días cosas nuevas.

Aniversario

Ya hace dos años que el gato Plin no está conmigo. El 10 de julio de 2006 Mo dejaba de existir de forma visible tras no superar una segunda endoscopia realizada en una clínica veterinaria de Santa Cruz de Tenerife. La cámara reveló que tenía el estómago completamente perforado; los veterinarios no se explicaban como habia logrado sobrevivir las dos semanas anteriores. Pero el era asi, tozudo y cabezota. Estoy convencida de que se recupero solo para regresar a casa y estar conmigo y Ana el tiempo que le restara. La historia es un tanto larga. En apenas un mes sucedieron muchas cosas...
Una mañana de junio Mo comenzo a respirar con dificultad, abria la boca como buscando el aire y echaba espuma. Ana y yo lo cogimos rapidamente y no los llevamos a una clinica de urgencias que hay cerca de casa. Alli llego muy mal, casi muerto. Lo reanimaron, le pusieron oxigeno y lo dejaron ingresado a espera de que sobreviviera a esa noche. Regrese al dia siguiente sabiendo que aun estaba vivo, pues habia llamado a ultima hora de la noche y a primera de la mañana. Alli estaba, tirado en una jaula. Su aspecto era mas que lamentable. Se habia quedado ciego al parecer debido a la descompensacion tan grande que le habia provocado en su organismo la falta de oxigeno. La veterinaria me indico que aun no sabia lo que tenia el gato y que habria que dormirlo para hacerle las pruebas, aunque, tal y como estaba, ella no pensaba que sobreviviera a la anestesia. Inmediatamente le dije que me lo llevaba de alli. Llame a Teresa para que trajera el coche y me lo lleve, envuelto en una manta, a la consulta de Daniel, el veterinario que habia atendido a Sara, la perra de Ana.
Recuerdo que durante el trayecto, lo unico que pensaba es que aun estaba conmigo y que tenia que aguantar al menos hasta que llegara a verlo Daniel. De pronto estaba tan flaco, tan debil, tan ausente. Hasta ayer habia sido un gato grande, fuerte, robusto, hermoso. Yo sentia como el alma se me partia una y mil veces en pequeños trozos. Le susurraba palabras de tranquilidad... y llegamos.
Nada mas verlo, Daniel le puso una canula con suero, le extrajo sangre y le inyecto antibioticos. El fue el que me dijo que el gato estaba ciego por la subida de azucar que habia tenido y que no sabia si iba a recuperar la vista, aunque eso, desde luego, era lo menos importante. Lo deje ingresado sabiendo que estaba en buenas manos, que harian todo lo posible por dar con lo que tenia y asegurandome que podia ir a cualquier hora a verlo y pasar todo el tiempo que quisiera junto a el. Asi transcurrieron unos tres o cuatro dias, en los que el gato se fue poco a poco estabilizando gracias a los sueros y a la medicacion. Pero aun no comia, y un gato, en esas condiciones, no sobrevive mucho tiempo. Empezamos a intentar que comiera algo. Con los ayudantes no habia forma. Ciego y todo, cada vez que pasaban por delante de su jaula (al lado estaba acompañado de perros: un cachorro muy flaquito pero precisoso con una herida en la pata y sin dueño, otro grande que habia sido atropellado y lo trajeron unos obreros y otro muy viejito que dias mas tarde murio) les bufaba y se tiraba contra la jaula. Estaba asustado, por eso Daniel nos dijo que seria bueno que estuvieramos alli para todo, para darle de comer y hacerle las pruebas. Estabamos encantadas, por lo menos estabamos con el, y el sabia que no lo habiamos abandonado. En trece años, esa fue la primera y unica vez que el gato se separo de nosotras. Tras cinco días (mas o menos) el gato recupero la vista, los niveles de azucar bajaron, aunque seguia sin comer, que ahora era el mayor problema; tambien habia que hacerle una prueba que consistia en introducirle un tubo garganta abajo, ya que en la radiografia practicada se le apreciaba una mancha negra a la altura de la traquea que no se sabia que era. El caso es que el tubo no pudo pasar de dicha zona, habia algo que obstruia el paso, pero no era algo duro o solido. Decidieron remitirlo a otra clinica que disponia de un aparato para realizar endoscopias. La prueba revelo que una gran masa de pelos se habia estado acumulando en la traquea, tal vez desde hace mucho tiempo, hasta formar una gran bola que osbtruia el camino al estomago. Nos parecio asombroso, ya que el gato hasta el momento no habia tenido problemas para expulsar los pelos con regularidad y tampoco se habia quejado, o al menos nosotras no nos percatamos, comia muy bien y todo era normal. Se la quitaron sobre la marcha, aunque la cantidad de elementos putrefactos estancados en esa zona habia dañado los tejidos, que estabas necroticos. Habia que administrarle antibioticos para que la gran infeccion que tenia no fuera a mas. Sin embargo, nos sentimos aliviados, pues la sombra de la radiografia nos hacia pensar en algo mucho mas grave.
A los cinco dias nos lo llevamos a casa, puesto que Daniel entendia que el gato iba a estar mucho mas tranquilo y comeria mejor con nosotras que en la clinica, dado el estres al que estaba sometido.
Cuando entro nuevamente a casa fue como un milagro. Su aspecto era tan lamentable que no podiamos mas que reirnos. Estaba afeitado por zonas, despelujado y habia adelgazado mucho; era puro hueso, a duras penas se mantenía en pie, pero estaba en casa nuevamente. Recuerdo que me pase horas observándolo junto a mi en el sofa. Fueron días de atención continua. Ana le inyectaba el antibiótico dos veces al día, y le dábamos agua y comida por una jeringuilla, poquito a poco, pero continuamente. Luego, por la noche, yo me despertaba cada dos horas mas o menos para darle laminitas finas de pavo mojado para que pudiera tragarlas y así ademas estuviera hidratado. Costaba mucho que comiera sin que luego vomitara, pero aún así el gato se recuperaba por días. Habia ganado peso, hasta tal punto que el viernes que lo llevamos a Daniel nos dio el alta, pues aparentemente el gato estaba perfectamente. Ese fin de semana, Mo empezó a vomitar todo lo que comía, incluso antes de tragárselo, hasta que llegó un momento que ni quiso hacer pos comer. Yo supe que algo iba muy mal. Llame a Daniel y preparó para el lunes una nueva endoscopia.
El lunes lo pusimos en el trasnportin. De camino nos topamos con negrito mala sombra, como lo llama Ana (un gato negro que de vez en cuando está por la urbanización). Le administraron un sedante para realizarle la prueba y mientras le hacía efecto lo metieron en una jaula. Fue la única vez que el gato se rebotó, dormido y todo, y empezó a dar saltos. Plin sabía que de ahí no iba a pasar. De ese día guardo un arañazo en el hombro izquierdo que espero que nunca se borre. La siguiente vez que lo vi, estaba tendido en la camilla, muerto.
Llamamos a Cayetano para enterrarlo en su finca. Pasamos toda la tarde junto a su cuerpo. Lo enterramos junto a Sara en uno de los lugares más hermosos con los que alguien puede soñar. Por un lado el mar y por el otro la montaña. Un valle tranquilo. Sobre él plantamos un limonero.
Después llegó la extrañeza. La ausencia, la casa vacía, el recuerdo de sus gestos. Y otra vez la extrañeza, día tras día como una pena que no tiene cura...
Luego, más tarde, mucho más tarde, cuando ya habíamos llorado todo lo que quisimos y más, sentí por fin paz. Comenzó a visitarme en sueños y supe que se había convertido en lo que siempre fue, mi ángel de la guarda, uno más de mis custodios, junto a mi padre y a mi abuela, amantes también de los gatos.
Ahora, dos años después, me sigue asaltando la pena. Hay veces en que me coje desprevenida y sucumbo a ella. Entonces lloro tranquilamente, hasta que se me pasa. Sé que por mucho que escriba, lo fundamental soy incapaz de apalabrarlo. Esta página es un pequeño espacio donde conjurar su ausencia, donde recordarlo a él y a otros muchos animales que espero sigan iluminando mi vida.

jueves, 26 de junio de 2008

Los gatos

Como no hay ya poeta
que se acueste
sin llevarse a los labios
como un padrenuestro
el poema hecho
a ese animal feroz que es la familia.
Como esto sucede, luego
de abofetearla con palabras nuevas,
de encarnecerla, y disculparse en ella
de todo cuanto
pueda tenerse como culpa,
como sucede eso, sería
bueno escribir sobre los gatos.
Dejan pasar los días. En la noche
salen
con dos golpes de luz en la mirada.
Aman a gritos. Cambian
ideas tremendas con la luna.
Apresan el rocío gota a gota,
hacen de él un charco
donde bañarse mansamente.
Sobre un tejado
piensan, duermen o sufren.
Al cabo de las horas
el sol los toca suave. Se alzan,
se desperezan. Cruzan
sin saludar al hombre. Dueños
del día.
Recomienzan, pacientes, la taera
de ir guardando luz par la noche.


(Poema escrito por una escritora suramericana de la que desconozco el nombre)

martes, 24 de junio de 2008

maya


Maya es la gata de María y Emi. Reside en Nerja (Málaga), uno de los lugares más mágicos y con más gatos que conozco. La conocí y fotografíe (a Maya) en mayo de este año, la última vez que estuve en Nerja.

lunes, 23 de junio de 2008

Septiembre sin ti


Septiembre es más que nada
tu ausencia
maullando bajo esta luna erguida
arrogante
finalmente solitaria
su dialecto de animal
antiguo.

Septiembre es tu sombra
habitando los pasillos,
las esquinas,
los sueños de esta casa,
y las horas quietas que vienen
y van
como recuerdos
de una mala memoria
fiel a tu locura.

Septiembre es el dolor agudo
acorraldo en mi silencio,
sin salida posible,
sin tregua alguna.

Desde mi ventana espío como una vieja
inquieta que necesita saber
dónde te escondes y asisto
a la cita nocturna
de todos los gatos
que no son tú
y a los que nadie
ha puesto nombre.
Y sin embargo
misteriosamente
copian tus gestos,
se arquean en preguntas
que no precisan esepuestas.
Evitan el roce de los desconocidos
con el mismo orgullo
que exhibías tú.
Como si realmente fuérais todos
miembros de una ancestral logia,
hermanos de una gran camada
que sobrevive al mundo.

(* Este poema lo escribí el 4/IX/2006 y está dedicado a Plin)

De gatos, perros y otros animales

Decía Adolf Huxley que si lo que se desea es escribir sobre los seres humanos, lo mejor que se puede tener en casa en un gato. Yo, que soy un animal solitario, aunque no esté sola, tuve el enorme privilegio deamar a un gato. No pagaba hipoteca, pero se convirtió en el dueño de mi casa; nunca me importo, siempre recibi mucho mas... Ahora, que no esta, la casa y yo nos hemos quedado deshabitadas, vacias. Hay pasillos que permaneces intransitables, detenidos, como esperando... Es curioso, pero a estas alturas del camino, en el que las ausencias se suman y se multiplican, estoy convencida de que hablar de la muerte es una buena forma -al menos la unica que he encontrado- de recobrar la esperanza, porque sí que es cierto que uno tiene que adueñarse de sus recuerdos para poder aceptar la despedida. Mi dolor mide lo mismo que mi afecto, ni más ni menos. Sé que muchos pensar´n que no hay que confundirse, que cada cosa tiene su lugar, y hasta serán capaces de establecer sutiles diferencias entre el aprecio, el cariño, el amor... Como decía, a estas alturas del camino, yo sólo sé que la muerte nos iguala a todos sin excepción. Eso me alivia. No me disgusta la idea de que mi padre, gran amante de los gatos, esté ahora jugando con el mío. Y soy de la opinión de Lord Byron, que no dudaba en sentenciar que cuanto más conocía a los hombres, más amaba a su perro. A él se debe uno de los epitafios más hermosos que he leído nunca. Precisamente colgaba de la entrada de la clínica veterinaria donde hace una semana fallecía Plin. El poeta inglés le escribía a su perro Botswain: "Aquí reposan los restos de una criatura que fue bella sin vanidad, fuerte sin insolencia, valiente sin crueldad, y tuvo todas las virtudes del hombre y ninguno de sus defectos".
Yo no supe que pensan cuando se murio mi gato, asi que tampoco pude escribirle un epitafio o algo parecido. A cambio, los que lo amamos, sobre su tumba plantamos un limonero; no es que le gustaran los limones, epro era un gran amante de las plantas, debía de tener vocación de marinero. Ahora, por mucho que busque en mis bolsillos, sólo encuentro un silencio prolongado en el que vierto toda mi extrañeza.


(Esto lo escribi y publique un 18 de julio de 2006, ocho días después de que Mo se muriera)

jueves, 19 de junio de 2008

El gato Plin (alias Mo)

Mi gato se llamaba Plin, un nombre un tanto curioso, para muchos raro. El caso es que su nombre primero, el que le puso mi hermana antes de quedarse embarazada y "encasquetármelo" a mí, era Lin, pero Ana y yo coincidimos en que nos resultaba demasiado pretencioso para un animal que, además, tenía una madre con pedigrí (al menos eso decían). Lo cierto es que de inmediato pensamos que lo mejor era enderezar el rumbo de este felino que amenazaba con convertirse en un animal pijo tanto por su descendencia como por su nombre. Ya que los genes no había quien los cambiara decidimos modificar lo que sí estaba a nuestro alcance, y se quedó Plin, primero, porque era una especie de quedada (a mí plin) y segundo, porque sólo tuvimos que añadir una letra a su primer nombre. Así, Plin llegó a nuestras vidas, la mía, la de Ana y la de mi hermano Salvador para quedarse definitivamente y dejar en nosotros una huella imborrable cuya dimensión fuimos incapaces de imaginar. Mo (su segundo nombre) era, como todos los felinos, un animal curioso que iluminó nuestros días sin ningún esfuerzo, siendo él. No cambió nunca. Fue un erre que erre.